El Papa Francisco en México
El Papa concluyó su visita a México con una Misa en la ciudad fronteriza de Ciudad Juárez. Reflejando los estrechos vínculos de dos ciudades de la frontera, una comunidad de católicos de la ciudad vecina de El Paso también se unió a la celebración para darle la bienvenida al Papa.
Juárez alguna vez fue conocida como la ciudad con los índices más altos de asesinatos en el mundo con 3,500 asesinatos en el 2010. En el 2015, la cifra disminuyó a 300. El gobierno local espera que esta visita continuará sanando a esta ciudad convulsionada por la violencia y muertes originadas por las guerras relacionadas al narcotráfico.
Esta visita simbólica del Papa Francisco atrajo la atención del mundo a un lado del Río Grande (Río Bravo) donde un país asediado por la violencia pudo celebrar la fe de mucha de su gente. Y del otro lado, donde los Estados Unidos, cuyo consumo de estupefacientes ayuda a exacerbar la violencia en México, incluso cuando nuestros políticos evitan debatir sobre cómo arreglar el sistema migratorio inadecuado.
Antes de la Misa, el Papa oró y bendijo una cruz enorme creada como un monumento para los migrantes que han cruzado la frontera. Hizo una pausa y saludó a los centenares de personas reunidas en el lado de El Paso, muchas de estas personas eran inmigrantes que no pudieron viajar a Juárez. Al pie del monumento se encontraban tres cruces más pequeñas que también bendijo el Papa. Éstas irán a las diócesis de El Paso, Ciudad Juárez y Las Cruces, Nuevo México.
Ningún lado se salvó de que sus líderes fueran criticados, denominó la “migración forzada ” de millones una “tragedia humana” y una “crisis mundial”. También continuamente hizo un llamamiento para que la sociedad produzca “trabajo digno” para las personas para que no recurran a una vida de delincuencia.
Anteriormente ese día él había visitado una penitenciaría. Los reclusos se sentaron en un patio grande y algunos de ellos pudieron conocer al Papa. Al final de la reunión, un preso le regaló un báculo de madera hecho a mano.
Al aludir al Año de la Misericordia, el Papa le dijo a la multitud de reclusos: “Se trata de aprender a no ser prisioneros del pasado sino de abrir la puerta al futuro, al mañana y a creer que las cosas pueden cambiar”.
El Papa también hizo un llamamiento para que la sociedad ayude a las personas antes de que sea demasiado tarde. Le pidió a la multitud que oraran para que “sus corazones se agrandaran” y que perdonaran a la sociedad por no haber sabido cómo tratarlos antes de haber cometido sus delitos.
Durante su primer visita a México, el Papa denunció y criticó el tráfico de drogas, la violencia y la corrupción, entre otros asuntos delicados.
Año de la Misericordia: Hermanas de la Misericordia
Asentada bajo secoyas en la entrada del lado norte del Capitolio de California, una escultura de bronce de tres mujeres conmemora la llegada de las Hermanas de la Misericordia a la zona de Sacramento. Por más de 150 años, las Hermanas han ofrecido esperanza y ayuda a los necesitados. Su fundadora, la Venerable Catherine McAuley, estableció la orden con sede en Dublin a principios del siglo 19.
La Madre McAuley no era ajena a recibir ayuda de otras personas. Su padre murió cuando ella era joven y su familia dependía de la buena voluntad de otros durante su niñez. Después de trabajar para una pareja adinerada por más de 20 años, ella heredó su patrimonio y su fortuna. Ella inmediatamente procuró su sueño de abrir una casa para mujeres y niños en Dublin.
La pobreza en Irlanda en el siglo 19 era endémica, especialmente entre los católicos que constituían el 80 por ciento de la población. Incluso antes de la Gran Hambruna (1845-1852) el empleo era escaso y el gobierno ofrecía poca ayuda. La Madre McAuley fue una pionera que entendió el valor de la educación y la convirtió en parte fundamental de su programa. Ella tenía la esperanza de que su casa ofreciera a las mujeres la ayuda que ellas necesitaban tan desesperadamente para superar el ciclo de la pobreza.
Su primera casa abrió en el año 1824 en la Festividad del Día de Nuestra Señora de la Misericordia. Conjuntamente con otras dos mujeres, usaban la casa para albergar y educar a mujeres y niñas. La Madre McAuley deseaba que las integrantes combinaran el silencio y la oración con las labores activas de una Hermana de la Caridad. Al principio no era una orden religiosa, pero debido a ciertas inquietudes sobre la estabilidad y la continuidad, ellas eventualmente formaron una orden oficial.
Guiadas por los principios de la misericordia, la nueva orden se fundó en base a cuatro valores fundamentales: la espiritualidad, la comunidad, el servicio y la justicia social. Se enfocaron en responder a las necesidades no satisfechas, mediante el servicio directo, así como en la búsqueda de maneras para cambiar los sistemas injustos.
Una vez en los Estados Unidos, la orden prosperó y ahora cuenta con escuelas, servicios de vivienda, medidas de promoción de la justicia social y hospitales a lo largo del país. En California, los Hospitales de la Misericordia (Mercy Hospitals) se encuentran dispersos por todo el estado y son reconocidos por sus excelentes cuidados. En 1897, las Hermanas abrieron su primer hospital, Mercy General Hospital en Sacramento.
Las Hermanas llegaron a la zona de Sacramento por un buque de vapor. Llegaron después de la Fiebre del Oro a un pueblo repleto de niños desatendidos y personas desamparadas. Al igual que su fundadora, ellas tenían la visión y el valor para dirigir nuevos proyectos, ofrecer esperanza y sanación a las personas necesitadas.
La Corte Suprema y la inmigración
El siguiente artículo de opinión fue publicado en el diario Sacramento Bee de la autoría de Monseñor Jaime Soto, obispo de la Diócesis de Sacramento y presidente de la Conferencia Católica de California.
La prudencia es sopesar lo que es posible, determinar cómo lograr el mayor bien y evitar el mal innecesario. Esta es la tarea que afronta la Corte Suprema de los EE.UU. al considerar la acción ejecutiva del presidente Barack Obama para proveer ayuda temporal a algunos jóvenes inmigrantes y a sus padres, al diferir las deportaciones.
No es un programa de amnistía, ni arregla el sistema de inmigración inadecuado. Cualquier reforma significativa tendrá que esperar para una conversación más razonada en el Congreso. Mientras tanto, lo que la administración propone ofrece una pizca de seguridad a muchas personas que aspiran ser estadounidenses y que viven en la ambigüedad y permite que las autoridades del orden público federales y locales puedan asignar eficientemente los recursos para proteger nuestros vecindarios, no dividirlos.
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19 de febrero de 2016
Tomo 9, No. 6