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En ocasiones, muchos de nosotros nos podemos sentir desilusionados con el estado en que se encuentran los asuntos sociales y sentir la tentación de darnos por vencidos y desentendernos. Pero aunque hay un grado de saludable desprendimiento espiritual de los asuntos temporales, que es esencial para la vida cristiana (Mateo 6,34), debemos trabajar en nuestra salvación en este mundo, aunque no seamos “del mundo” (Juan 17,14-21; Filipenses 2,12-15).
El mensaje del Evangelio es claro: Dependiendo de la forma en que tratemos al más pequeño entre nuestros hermanos y hermanas, será cómo nos irá en este mundo (Mateo 25, 40). Como humanos, somos seres sociales por naturaleza. Debemos – por nuestra naturaleza – participar en la vida pública para lograr el bien común de la sociedad y dar gloria a Dios (1 Pedro 2, 13-17).
Entonces, exactamente, ¿cómo encaja nuestra fe católica en nuestra participación en la vida pública?
Toda buena acción cívica y política procura crear las condiciones bajo las cuales pueda reinar la justicia y florecer la vida humana para todos. Esto se conoce como el bien común. Para lograr esto, uno debe tener una comprensión sólida de las verdades morales en juego.
Nuestra fe nos proporciona el cuadro más completo del verdadero estado de las cosas, teniendo no sólo la razón a nuestra disposición, ayudada por la gracia y los siglos de tradición filosófica desarrollada, sino también teniendo en cuenta el cuadro teológico más completo de las vocaciones terrenas y celestiales de la humanidad, estando estas dos vocaciones ligadas la una a la otra (CV, 11).
La Iglesia, como institución, “no asume la batalla política” de una manera que suplanta las competencias de la comunidad política (DCE, 28). De hecho, los fieles laicos conservan “el deber directo de trabajar por un ordenamiento justo de la sociedad” (DCE, 29 dijo el Papa Benedicto XVI). Esto forma parte de nuestro estado de vida laica y de nuestra vocación especial.
Como cristianos, tenemos el impulso de hacerlo en fidelidad a la verdad que conocemos a través de la fe y la razón (Mateo 10:32-33, Hechos 5:29). Todas las buenas acciones, para ser buenas, deben estar basadas en la verdad. Los fieles laicos tienen la responsabilidad de cumplir este encargo, como enseña el Papa San Juan Pablo II en Cristifidelis Laici:
“Para animar cristianamente el orden temporal—en el sentido señalado de servir a la persona y a la sociedad – los fieles laicos de ningún modo pueden abdicar de la participación en la ‘política’, es decir, de la multiforme y variada acción económica, social, legislativa, administrativa y cultural, destinada a promover orgánica e institucionalmente el bien común”. (CL, 42)
La acción política encuentra la energía o la “fuerza” adecuada que sostiene su “obligación de fomentar los derechos y deberes de todos y cada uno” en la doctrina cristiana de la dignidad humana (CL, 42). Esta doctrina ve a cada individuo como una persona insustituible e inherentemente valiosa hecha a imagen y semejanza de Dios. Si perdemos esta visión de la persona humana, entonces la naturaleza y el valor de la vida humana se vuelve vulnerable a definiciones cambiantes, degradantes, injustas y defectuosas que tienen ramificaciones nefastas para los individuos y las sociedades.
Como católicos tenemos una misión dada por Dios que debemos cumplir si queremos transformar la cultura en una de justicia, compasión, fraternidad, y caridad, como el Papa Benedicto XVI afirma en Deus Caritas Est:
“La misión de los fieles es, por tanto, configurar rectamente la vida social, respetando su legítima autonomía y cooperando con los otros ciudadanos según las respectivas competencias y bajo su propia responsabilidad”. (DCE, 29)
Ahora más que nunca se necesita nuestra participación en la vida pública. Hay muchos movimientos en la sociedad que, si no se les cuestiona, podrían hacer de la vida libre como católico en buena conciencia un derecho que podría desvanecerse ante nosotros, empujado por ideologías sociales incompletas y peligrosas. Los principios básicos de la fe y la moral son vistos como sospechosos o abiertamente opuestos en muchos movimientos sociales y filosóficos actuales. El derecho a la conciencia y la libertad religiosa están siendo relegados por la acción ideológica. Como resultado, la voz de los cristianos en nombre de los pobres y vulnerables será callada, ¿y qué ocupará su lugar?
Lo que se necesita aquí son católicos y otras personas de fe dispuestas a defender sus derechos justamente concebidos y los derechos de los demás, incluyendo el derecho a actuar de acuerdo a una conciencia informada. Más allá de esto, el bien común se hace cada vez más remoto mientras que una visión falsa e ideológicamente intolerante de la humanidad y de la vida política toma el lugar de la visión del mundo razonable, templada, auténticamente tolerante y cristiana.
Como católicos laicos, debemos empaparnos de nuestra enseñanza moral y social católica, y por el bien de nuestros semejantes y la gloria de Dios, asumir nuestra misión como actores en la esfera pública, en la caridad y la fortaleza.