Poco después de que mi esposa había dado a luz a nuestro primer hijo, lo sostuve en brazos y me sentí profundamente conmovido por su impotencia. Antes de ese momento, tenía cierta idea de lo mucho que un niño depende de los demás, pero cuando mi esposa me lo dio en brazos lo comprendí de manera tangible ese sofocante día de verano en Washington, D.C. Esos momentos al comienzo de la vida, así como al final, nos muestran de una manera muy vívida una de las verdades profundas sobre ser humanos: dependemos totalmente de los demás